Un día de diciembre.
Estás junto a mí. Te miro y aún no puedo creerlo. Aún hace unos días te miraba de lejos y ahora ya estás aquí haciéndome preguntas, queriendo conocer mi historia. Mientras caminamos intento con todas mis fuerzas contenerme para que no adviertas mi nerviosismo. Poco a poco las palabras fluyen y la confianza se asienta. Me pides que nos sentemos en una llanura y yo acepto. La formalidad se disipa por completo, las risas comienzan y llega un momento en el que intentas acercarte pero la prudencia me ayuda a evitar perder la cordura. Te recuestas en el pasto y te miro desde arriba, me inclino hacia a ti para no perder tus ojos, así que nuestras caras quedan al revés, pero nuestros nuestros ojos siguen coincidiendo. Me dices que te gusta mi sonrisa. Alargas tu mano y tocas suavemente mi mejilla, la piel se me eriza pero intento no demostrarlo. Me concentro en la ternura con la que recorres mi rostro y me siento afortunada de tenerte a mi lado. Todo este tiempo he pensado en la bellez