Sentado, frente a mí, lo observo. Y me pierdo. Dejo de escucharle, porque la imagen que se me presenta es bellísima. El sol toca su rostro y al hacerlo sus rasgos se suavizan, y al mismo tiempo se singularizan por efecto de las sombras que el mismo provoca cuando se mueve. Sus cejas se tornan más gruesas y negras; sus pestañas, espesas y aquellos ojos negros, y luego cafés cuando la luz los mira de frente. Hermosos. De pronto deja de hablar y mira un punto fijo. Me dejo ir. Nada existe, sino él. 

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