Dos de junio

Teníamos una cita.
Dijiste que aquella noche dormiste poco porque pensabas en cómo sería el otro día,
que constantemente despertabas con el corazón alborotado, emocionado por lo que pasaría.

Yo no tenía idea.
Había hecho algunos planes por la mañana que retrasaron nuestro encuentro,
pero me esperaste con paciencia y nos dirigimos al lugar acordado.
Es un lugar de tu pasado, uno en el que fuiste muy feliz, según me has contado.

Entramos, y poco a poco sacaste tus memorias; las expusiste frente a mí y cada rincón tomó vida, cada espacio se convirtió en una historia. Tus ojos brillaron y mientras hablabas, pude notar el amor con el que recordabas aquella parte importante de tu vida. Estabas tan feliz, y ahora yo era parte de esa parte de ti. Tu presente y tu pasado se habían reunido.

Caminamos de lado a lado, me contaste anécdotas, generalidades, curiosidades, detalles de tu yo de hace algunos años. Terminamos el recorrido y, cansados, nos sentamos sobre el pasto, frente a una laguna artificial. Eran las cuatro de la tarde y los reflejos del sol en el agua le daban un aspecto bellísimo, las hojas de los árboles eran más claras por los mismos efectos de la luz y el pasto brillaba, como si estuviéramos en alguna historia irreal. Y de algún modo lo era. Me pediste que cerrara los ojos y que extendiera las manos. Te obedecí y luego sentí el peso de un objeto, abrí los ojos y era una libreta, el producto de un taller que habías tomado. Un producto que habías hecho tú mismo. Hiciste una pregunta que nadie más había hecho...de tus labios se escuchó un: "¿Quieres ser mi novia? y algo en mi corazón se abrió, te di un beso y susurré un "sí" antes de abrazarte. Nos separamos un poco y tomaste la libreta y para leer un poema que habías escrito en las primeras páginas. Era una especie de advertencia, la más bella que he recibido: "Sí te enamoras de mí, te amaré tan fuerte que te preguntarás porque los huracanes tienen nombre de personas", cerré los ojos mientras lo escuchaba y aquello que abrió en mi corazón se desbordó y salió en forma de lágrimas, me abrazaste y me dijiste que aún con lo escéptico que eras, yo te hacía creer en el destino.
Te abracé más fuerte y por un par de minutos no pude decir palabra, pensaba en ti, y en nuestras vidas pasadas, en cómo los dos vivíamos a nuestro ritmo, acompañados de otras personas, quizá pensando en que algún día encontraríamos a un "alguien" que  no llegaba.

Y ahora estábamos ahí, frente a un lago, en un hermoso día de verano. Acababas de abrirme la puerta a tu vida. Y yo simplemente no podía creerlo, pensaba para mí: "¿es que acaso alguien puede llegar a quererme tanto?" y sentí tanto amor,  y volví a abrazarte, y miré el lugar de nuevo deseando recordar por siempre ese momento.

Y ahí fue cuando supe que los malos momentos valen aquellos intersticios de felicidad. La espera se había vuelto nada ahora que eras una realidad: eres tú el amor que tanto había anhelado encontrar.






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